Nuestra vida sexual se deterioró a los pocos meses de nuestra boda. Mi querida esposa jamás encontró el placer en mi pene, tan pequeño, ni en mi falta de aguante. Rápidamente comenzó a buscar fuera de casa lo que yo no podía ofrecerle en nuestro lecho nupcial. Mi respuesta inicial fue la negación de lo evidente, pues tenía miedo de enfrentarme a ella y a la crueldad de mi incapacidad para complacerla. No quería afrontarlo.
Sin embargo, ella tomó la iniciativa muy pronto. Una noche, de vuelta de una de sus "salidas con amigas" se acercó a mí y, sin decir una palabra, agarró mi cabeza, subió su vestido y me quedé impactado. ¡No llevaba bragas y su coño estaba lleno de semen! "Lámelo", exigió, tirando de mi cabello con fuerza para mantener mi cara contra ella mientras apretaba su coño contra mi boca. Abrí la boca y saqué la lengua, pero el asco me impidió lamerla, así que ella sostuvo mi cabeza con sus manos mientras se aplastaba y restregaba contra mi boca y nariz, untando el semen de otro hombre sobre mi cara y mi lengua hasta que se corrió. Sonriéndome, me dio unas palmaditas en la cabeza y me felicitó llamandome "mi cornudito". A partir de ese día, cada vez que usaba la polla de otro hombre para su placer, me hacía lamer su coño y limpiarla cuando llegaba a casa. Pero pronto quiso más. Estaba claro por lo intenso de su orgasmo mientras lamía el semen de su coño que humillarme aumentaba enormemente su placer. Un día me dijo que había invitado a uno de sus machos (como se refería a los hombres a los que solía complacer a sí misma) a la casa. Iban a follar y ella quería exponerme como su cornudo infradotado. Mi rol, dijo, sería el de esperarle desnudo en la habitación, arrodillado y que tendría que chuparle la polla hasta dejársela bien dura, justo como a ella le gustaba. Al terminar, podría lamer su polla para dejarla limpia y sonriendo con picardía añadió que le encantaría ver como su amante me observaba comer su semen directamente de los labios de su vagina bien abierta y satisfecha. Totalmente humillado, me negué. Ella solo se rió. "Has sido mi cornudito durante más tiempo del que te imaginas. Ahora eres mi perra y lo sabes. He visto que tu cosita ya se te pone dura cuando lames el semen de otro hombre de mi coño. Sé que te masturbas con un goteo patético que intentas limpiar tan pronto como acabas de lamer mi coño. ¿De verdad quieres que te quite eso? ¿Quieres que siga follándome otros hombres pero nunca te deje tocar mi coño lleno de su semen de nuevo? " Sus palabras me sorprendieron y me humillaron profundamente, pero todas eran ciertas. Riendo, se agachó, agarró la parte delantera de mis pantalones y apretó mi pequeña erección. "Voy a tomar eso como un sí, mi querido cornudito" se burló. Esa noche, cuando su amante llegó, le saludé tal como ella me había pedido: desnudo y de rodillas. Mi pequeña polla ya estaba completamente dura, algo que mi esposa se apresuró a señalar al hombre. Le dijo que se dirigiera hacia mí, me hizo bajar la cremallera de sus pantalones y sacar su polla. Era enorme, mucho más grande que mi triste pene, pero aún estaba completamente flácido. "Chúpalo, cornudito" ordenó mi esposa, "Haz que esa hermosa polla se ponga dura para que pueda follarse a tu mujer insatifecha". Cuando me incliné para llevárselo a la boca, el hombre se resistió un poco. Podía sentirlo incómodo con la boca de otro hombre cerca de su polla pero mi esposa lo tranquilizó rápidamente, le aseguró que yo no era un hombre y que le resultaba muy excitante ver a su cornudito chupar a un hombre con avidez antes de follarse a su esposa. No sé cómo lo hizo pero esto lo calmó y lo excitó lo suficiente como para que él permitiera que su polla entrara en mi boca. Obviamente yo estaba nervioso y lo estuve chupando torpemente durante unos minutos antes de que comenzara a ponerse duro. Cuando sentí su polla crecer en mi boca, me sorprendió lo grande que se estaba poniendo, no solo larga sino muy gruesa. Cuando empezó a crecer sentí sus manos en la parte de atrás de mi cabeza, sujetándome hacia su polla mientras continuaba chupando. Fue entonces que mi esposa lo miró y la escuché preguntar: "¿Te pondrías más duro si estuviera completamente afeitado?", "¿y si le pusiéramos una jaula de castidad?" Quiero que sea así, y que su pequeña polla deje de ser libre dado de que no sirve para dar placer a su mujer. Él asistía atónito a lo que oía pero dijo que, en efecto, se sentiría menos amenazado si estuviese totalmente rasurado y con mi polla enjaulada. "Bien", dijo ella, "Aquí tengo una jaula que he comprado. La más pequeña del mercado. No necesitará más". Y volviéndose hacia mí, continuó, "Sacude esa cosita mientras lo chupas de forma cursi. Muéstrale lo rápido que te corres y qué corrida tan patética tienes. Quiero que te corras con su polla en tu boca pensando que es tu último orgasmo en libertad. Después te enjaularemos. Luego puedes limpiar el suelo mientras me folla. Tiene mucha resistencia, así que tendrás tiempo de sobra para limpiar tu leche patética antes de tener que venir a limpiarme el coño". El hombre se rió cuando vio que me había corrido incluso antes de que mi esposa terminara de hablar. Cuando sacó su polla completamente dura de mi boca y se llevó a mi esposa al dormitorio, quedó claro que no tenía más reservas sobre mi rol en esta relación a tres. Después de follarse a mi mujer durante una larga hora, mi mujer me llamó y limpié su vulva con un semen recién depositado, que saborée con fruición, pues nunca había tenido la ocasión de enfrentarme a una corrida recién eyaculada. Mi mujer estaba exhilarante. Sudada, satisfecha, calor en sus pómulos, su vulva bien hinchada y su vagina bien abierta por aquél pollón que le había proporcionado un orgasmo delicioso, seguido del que yo le proporcioné con mi lengua. Mi polla, ya enjaulada, intentaba ponerse dura y tiraba de mis testículos hacia abajo pero esto no hacía más que aumentar mi excitación. Su amante no daba crédito del poder de mi mujer sobre mí pero obviamente disfrutaba con la humillación a la que me estaba sometiendo. Aquella noche follaron dos veces más, otra a la mañana al despertar y en todas esas ocasiones cumplí con mi trabajo poniendo su polla bien dura y lamiendolos al terminar. Ese hombre tenía verdadero aguante y sus corridas eran no sólo abundantes sino muy densas. Verlos dormir juntos, abrazados, mientras yo los observaba desde el suelo del dormitorio, enjaulado, y en constante excitación, fue una de las situaciones más perturbadoras que recuerdo. A la mañana siguiente, cuando él se iba, me pidieron unos momentos para estar a solas y él emergió de la habitación sonriendo con la boca y también con los ojos. Al marcharse me guiñó un ojo. Cuando mi mujer salió de la habitación se acercó a mí, me abrazó, y me susurró al oído: "¿Sabes qué es lo mejor?" "¿El qué?" le dije. "La llave" me respondió ella. "¿Qué ocurre con la llave?" le pregunté. "Se la ha llevado". |
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Mientras lo redactaba, pensaba en ti y en tus esfuerzos por no tocarte o no exponerte a contenidos excitantes, aunque no sabía si te estaba haciendo una faena por incitarte o si, en el fondo, ese sufrimiento es tu motivación. Posiblemente ambas. No hay nada de autobiográfico más allá de que el relato toca casi todos los fetiches que a mí me ponen. Debo confesar que todos estos relatos que estoy colgando son versiones más o menos libres de textos fundamentalmente en inglés que traduzco para el foro. Este último, el del hilo en el que estamos comentando, lo he cambiado mucho pues ni siquiera incluía referencia alguna a la castidad. Pero me sentía culpable porque el primero no estaba muy relacionado y decidí ampliarlo. Creo que quedó incluso mejor que el original, pero que voy a decir yo. |
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